miércoles, 8 de abril de 2009

¿Qué conocemos?

Cualquiera que sea la realidad, el conocimiento es algo del sujeto que conoce y, por lo tanto, es algo que se da en el sujeto tal como es el sujeto y no tal como es lo conocido. Por ejemplo, percibimos calor o frío cuando se trata tan sólo de diferentes temperaturas. O percibimos el color blanco o el marrón, que sólo son mezclas de colores y no corresponden a ninguna frecuencia de la luz.

El ejemplo más claro son las ilusiones visuales. Si observamos una imagen coloreadaSi miramos al centro de los círculos durante unos segundos y seguidamente al punto central de la figura veremos un círculo del color complementario.

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durante un cierto tiempo y miramos después una superficie blanca percibiremos una figura flotante con el color complementario. Esa figura y ese color sólo existen en nosotros y se sitúan en la posición relativa a nuestros ojos en que se encontraba la primera figura. Se trata del mismo fenómeno que el deslumbramiento que produce una luz intensa. También es posible percibir sonidos inexistentes, o acúfenos.

Pero lo más llamativo son las conocidas como ilusiones ópticas. Podemos creer ver movimiento en una imagen estáticaLa imagen no es una animación, pero parece moverse cuando no se la mira directamente.

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o falsas espiralesLa imagen está formada por círculos, no por espirales.

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o que colores iguales son diferentesLas dos casillas A y B tienen el mismo tono de gris. Podemos comprobarlo en Ilusiones ópticas 4

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En todos los casos, parte de lo que percibimos o creemos percibir depende de nosotros y no contiene información sobre la realidad externa. Pero habíamos visto que lo que sabemos de un mundo diferente de nosotros como sujetos es aquello que percibimos pero que no depende de nosotros y en lo que no podemos influir sino a través de otras partes de esa realidad. El conocimiento será la parte que resulte de neutralizar nuestra forma de percibir en lo que percibimos.

Podemos ver dos ejemplos sencillos. Es muy común creer que hay fuentes que manan agua caliente en invierno y fría en verano, o que un lugar está caliente o frío según pasemos a él desde otro más frío o más caliente. El hecho de percibir calor o frío depende de la temperatura del ambiente en que nos encontramos antes y eso mismo se nos revela como parte de la paradoja. Los historiadores antiguos lo mencionan así mostrando su extrañeza acerca de que la misma fuente dé agua caliente o fría según las estaciones. Creen que se trata de cambios en la temperatura real del agua -que no son capaces de medir- pero son conscientes de que se trata de un hecho excepcional. Si la percepción fuera irreducible a nada no quedaría sitio para la paradoja, pero todos son conscientes de ella. Sin embargo tal paradoja no depende de una percepción actual sino de una comparación, lo mismo que en las ilusiones ópticas anteriores lo que se percibe depende de movimientos y comparaciones. Creemos que el frío que sentimos es mayor que el calor en otro momento y es ahí donde se da la interpretación subjetiva de los datos, que sólo podemos neutralizar normalizando nuestras percepciones.

El segundo ejemplo, aún más evidente, es el de medir una longitud. Llamarla grande, pequeña o mediana significa compararla con el tamaño de algo nuestro de manera inespecífica. Una mayor precisión viene de usar una parte definida como el codo, el palmo o el pie, a la manera de los antiguos. Pero como no todos los codos, palmos o pies son iguales, decir que algo tiene la longitud de, por ejemplo, tres pies remite a conocer la longitud de ese pie. La manera de omitir las referencias a diferentes unidades de medida en la medición de una longitud dada consiste en establecer una medida normalizada, única, de manera que todo lo que sea una medida nos dará información sobre aquello que medimos y no incluirá una unidad variable o desconocida. En realidad de esta manera no eliminamos la comparación de la longitud medida con una tomada como unidad pero expresarla en metros implica sólo conocer el metro como unidad y no las dimensiones relativas de palmos, pies o codos.

Del mismo modo, si hablar de frío, caliente o templado remite a las sensaciones de alguien particular en unas condiciones particulares, podemos normalizar nuestro conocimiento de la temperatura estableciendo un procedimiento de medida y una unidad patrón, como la escala centígrada Celsius o la Farenheit de forma que todas las medidas quedan referidas a esa escala y son comparables directamente entre ellas.

Es evidente, por lo tanto, que si deseamos obtener cualquier conocimiento debemos eliminar la parte subjetiva de nuestras percepciones y construcciones conceptuales pero, del mismo modo que en los casos de longitudes o temperaturas, no podremos eliminar el componente subjetivo del contenido de los datos sino de su comparación. No podemos dejar de medir la distancia en función de una unidad definida, pero sí saber -que es de lo que se trata- que una longitud medida en unas unidades puede ser expresada como proporcional a otra medida en esas mismas unidades o en otras tales que puedan ser convertidas en las primeras. Tampoco podemos ver frecuencias de la luz salvo como colores, que es la manera en que se representan en nuestra percepción visual, pero nos basta saber que si vemos algo verde es similar en ese aspecto perceptible a otra cosa verde y distinta de otra roja en ese aspecto. Lo interesante y lo único objetivo que podemos conocer es que cosas iguales aparecen iguales y cosas diferentes aparecen diferentes, pero el contenido subjetivo de la percepción no nos dice nada de las cosas sino de nuestra naturaleza y lo que no sea la relación objetiva de los hechos y los objetos con nuestras percepciones o con procedimientos objetivos de medida se nos escapa enteramente. Tenemos, en el sentido de Kant, la representación de meros fenómenos y no la cosa en sí, pero la relación entre los fenómenos es objetiva y es lo que podemos conocer de la cosa en sí misma.

Podemos extender esto a las ideas o conceptos. Expresamos lo que conocemos como unidades llamadas seres, sus cualidades, sus acciones o sus relaciones, y todo eso se refiere a nuestra experiencia pero no necesariamente a lo que es la realidad sino a las relaciones entre los hechos. Cuando digo que el árbol crece ¿hay algo más que una unión física que corresponde a sucesos que tienen lugar de un modo conexo? La idea de substantivizar unos hechos como si hubiera una unidad real más allá de la conexión de los fenómenos introduce un elemento subjetivo en el conocimiento que sirve para organizarlos y que es funcional en la medida en que los organiza de modo objetivo, pero nada más. Esto es aún más claro si hablamos de la humanidad, del color o del movimiento, es decir, de un colectivo, una cualidad o un cambio, que resultan aparentemente substantivizados por efecto de la mera gramática.

Tenemos así que si observamos hechos que van relacionados podemos resumir tales relaciones dando un nombre a la unidad en que se presentan, pero sin ningún compromiso metafísico acerca de qué sea un ser o una sustancia. Y podemos ver que tiene un cierto color, forma o cualquier otra cualidad que podamos percibir. Que tenga color verde no significará otra cosa que se nos aparece verde a nuestra vista, es decir, del color de algo que convencionalmente hemos llamado "verde", supongamos, la hierba. El conjunto de lo que sabemos de algo es todo lo que percibimos por cada uno de nuestros sentidos o lo que describe los actos que podemos realizar en relación con ese algo. La temperatura puede ser el calor o frío que percibimos o los resultados de un proceso de medida que puede implicar un termómetro graduado con la escala centígrada. Naturalmente "está a cincuenta grados" no es algo perceptible en el mismo sentido que "es verde" pero sí podemos describir un procedimiento de modo que alguien que lo conozca pueda determinar si algo está a cincuenta grados y eso es, por tanto, lo que definimos como una cualidad.

¿En qué sentido todo esto es algo que decimos de las cosas reales objetivamente si siempre debemos remitirnos a una percepción o a la descripción de un acto de medida? Pero si no olvidamos que el contenido de nuestra experiencia: el color percibido o el procedimiento de medición no son partes de la cosa real sino algo nuestro y que sólo podemos referirlo objetivamente a las cosas reales si podemos identificarlas independientemente de nuestra subjetividad, nada de esto importa, ni tomar una postura meramente instrumental acerca de lo que conocemos de la realidad. Que es algo sólo del procedimiento de medida o de observación es claro, si vemos que hacer subir el contenido del termómetro hasta la línea que marca 50ºC difícilmente puede ser algo de el agua de la que medimos su temperatura. Pero sin otro conocimiento de la realidad, la temperatura no es más que aquello de la cosa real que puesta en contacto con un termómetro proporciona tal o cual medida.




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martes, 7 de abril de 2009

Mundo real o solipsismo

Tratar sobre el conocimiento empezando por afirmaciones sobre lo que hacen nuestros ojos o nuestro cerebro o sobre lo que opina la ciencia acerca del conocimiento es dar por resueltos muchos problemas. Mis conocimientos son contenidos de mi conciencia y sólo sé que son verdaderos si sé que son verdaderos todos los supuestos que he usado para verificarlos.

¿Y si -como dice el solipsismo- debiéramos poner en cuestión si sé que existe un mundo?

Parece una petición absurda pues tal pregunta no se me ocurrió a mí, salvo si lo que leí en un libro de filosofía en mi juventud era sólo un contenido de mi conciencia que parecía venir de un mundo externo.

Sin embargo, el interés del desafío solipsista no está en que pueda no haber un mundo externo sino en que afirmar que lo hay sólo es posible respondiendo a esas cuestiones.

Me puedo preguntar que si creo saber que otros tienen las mismas experiencias acerca del mundo que tengo yo, eso es algo que sé y, por tanto, es algo en mi conciencia. ¿Cómo salir del propio yo y creer que hay un mundo? Y más aún ¿cómo decir que formo parte del mundo y que, por ejemplo, mi cerebro es sólo materia como la de las rocas o las estrellas?

En primer lugar, que nos podamos plantear seriamente o como juego dialéctico la posibilidad del solipsismo es ya una paradoja para el solipsismo. ¿Cómo tengo la impresión de que hay algo que no soy yo si todo son contenidos de mi conciencia?

Un realista puede comprender que un sujeto con alucinaciones cree escuchar voces de las que no duda que sean reales. Es dramático el caso de los esquizofrénicos que dicen oír que Dios les habla y les ordena matar a su madre. ¿No podríamos creer que el mundo no es real y que sólo es una alucinación?

También es evidente que soñamos a veces cosas que parecen verídicas mientras soñamos y que nada de lo que vemos y oímos en el sueño es real.

Pero hay dos cosas que decir al respecto:

1. El contenido de la conciencia, lo que creo que sé, no es el mundo y podría no existir más que mi yo. Ese "solus ipse", sólo yo mismo, es algo teóricamente posible. Pero tampoco puedo decir que lo que conozco soy yo.

Me despierto y no recuerdo nada de hace más de diez minutos por lo que mi conciencia no existía y sin embargo creo recordar cosas de hace tres días. Creo recordar cosas como

"¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice!

Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;"


La vida es sueño. Jornada 1. Escena 2

Pero no lo recuerdo como

contra vosotros bebiendo, durmiendo, o cosas de rima idéntica.

Y cuando recuerdo cosas como "siete por siete, cuarenta y nueve" no tengo la misma impresión que si dijera "treinta y seis".

Pero lo cierto es que sólo tengo impresiones sucesivas y en "qué delito cometí" no hay nada perceptible que indique que debe ser seguido necesariamente por "contra vosotros, naciendo" y no por otra cosa. Cualquier discurso mío fragmentado no puede ser reconstruido como que una palabra sea consecuencia de la anterior.

Así que lo que contiene mi conciencia no revela ni agota mi yo y no conozco de éste más que lo que conozco del mundo.

2. Mi yo existe si "existir" tiene algún sentido como el habitual. Es lo que dijo Descartes y antes que él Agustín: no puedo engañarme sobre que existo pues si no existo no puedo engañarme

"Acerca de estas verdades no hay motivo para temer argumento alguno de los académicos, aunque digan: ¿qué, si te engañas? Porque si me engaño ya soy; pues el que realmente no es, tampoco puede engañarse, y, por consiguiente, ya soy si me engaño. Y si existo porque me engaño, ¿cómo me engaño que soy, siendo cierto que soy, si me engaño? Y pues existiría si me engañase aun cuando me engañe, sin duda en lo que conozco que soy no me engaño, siguiéndose, por consecuencia, que también en lo que conozco que me conozco no me engaño; porque así como me conozco que soy, así conozco igualmente esto mismo: que me conozco."


La ciudad de Dios, Libro 11. Capítulo 26.

Pues bien, sé que existo por el mismo hecho de pensar. Pero ¿qué autoriza a decir al solipsista que sólo existe él mismo y no el mundo si no sabe qué es él y qué es el mundo?

Aparentemente, hay cosas que son como espero y cosas que me sorprenden, como si me tropiezo y caigo al suelo. ¿Por qué esta diferencia si sólo existo yo? Hay cosas que son como deseo y mi mano se mueve pero otras no y me da tos en el teatro, tengo necesidad de beber y no puedo dejar de respirar.

Por lo tanto, si tengo contenidos de conciencia no puedo decir que la única realidad es eso, sino el único contenido posible del conocimiento. Pero la realidad, sea el yo o el yo y el mundo, no es el conocimiento y tenemos la pregunta de si el conocimiento es verdadero porque disociamos lo que conocemos de lo que es conocido.

Lo importante es que hay cosas que conocemos y que están fuera de nuestro control de muchas maneras. Algunas, como hemos visto, no las esperamos o nos suceden sin que podamos evitarlas, independientemente de nuestra conciencia o fuera de un ámbito de la actividad de imaginación. Pero otras no podemos controlarlas en absoluto como que el sol salga o que la tormenta se desate. Y por esos motivos dividimos lo que conocemos en dos partes: yo y no-yo.


-¿Qué es conocer?
-¿Qué conocemos?

lunes, 6 de abril de 2009

¿Cómo conocemos?

Toda persona habla de hechos, de la llegada de la Primavera, de la próxima cosecha, del comportamiento de su vecino, de las cualidades de un vino. Todo el mundo dice conocer cosas y tener conocimientos u opiniones. Pero lo que decimos del mundo es algo que está en nuestro conocimiento. Debemos tratar, por lo tanto primero qué es conocer, cómo conocemos, qué es la verdad y qué criterios tenemos para determinarla.

Antes de que apareciera lo que llamamos filosofía se habían escrito ya tratados de medicina, de astronomía o de geometría, los constructores debían de tener sus métodos de enseñanza, así como los artistas los suyos. Los agricultores y ganaderos debían transmitirse sus conocimientos y los guerreros adiestrarían a otros guerreros con su conocimiento de victorias y derrotas. Y siempre habría un conocimiento de la geografía más cercana, al menos de la necesaria para llegar a los lugares de donde se extraían las piedras de construcción y las preciosas o los metales.

Pero eso que se conocía no ponía en cuestión el hecho y la validez del conocimiento. Cualquiera podía dudar de la veracidad de un historiador pero tenía confianza en las enseñanzas de un maestro reputado o en las afirmaciones de un amigo conocido por su sinceridad. Sin embargo se sabía que una vista debilitada no era de fiar, ni un rumor oído a lo lejos o una polvareda en el horizonte significaban necesariamente un ejército. Los sentidos podían engañarse como lo hacían los individuos de oído o vista débil pero sólo en último lugar se preguntó el ser humano por el conocer.

Anteriormente la preocupación era tener conocimientos pero no si aquello que se creía que era fuente y criterio de esos conocimientos era fiable. Pero lo que llamamos -o debiéramos llamar- filosofía consiste en preguntarse sin límite por el porqué de cada cosa que conocemos o que opinamos. Y eso nos lleva a una investigación que nos permita conocer qué es lo que hace madurar las cosechas o que cambien las fases de la Luna pero, al final, nos lleva a preguntarnos para cada respuesta: ¿cómo conocemos que ésa es la repuesta? ¿cómo conocemos que es verdadera? ¿podemos estar engañándonos a nosotros mismos?

Pero podemos preguntarnos en primer lugar qué es conocer.



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-Mundo real o solipsismo.

Debate sobre ética

A partir de una serie de entradas sobre el relativismo moral del blog A bordo del Otto Neurath de Jesús Zamora Bonilla ha surgido un debate largo e interesante y que deriva constantemente hacia cuestiones relacionadas.

Creo que podemos dar espacio en este blog a que se debata cada tema por separado enlazando las entradas. A esta respuesta responde juanantonio con la suya:

Sursum corda!

Me parece bien tu propuesta. Podemos abrir el debate en tu blog, aunque no dejemos por ello de contestar a los comentarios que aparezcan aquí a bordo. Invitaría, además, a todos los que estén interesados a que participen.

Aunque, cuando proponía aislar cuestiones no pensaba tanto en grandes temas como en argumentos concretos. Creo que, aunque sería muy deseable abordar cuestiones por separado, es prácticamente imposible, por el carácter holístico de la filosofía. Pero seguramente merece la pena intentarlo.

Mi propuesta entonces sería la siguiente.

Primero habría que formular lo menos ambiguamente posible la cuestión principal.

Lo que estoy interesado en discutir, y creo que era la cuestión fundamental que nos planteábamos (aunque admito otras formulaciones de la cuestión u otras sugerencias) es si qué es bueno o malo es algo objetivo y determinable racionalmente. Creo que las posturas que se estaba defendiendo son:

- La mía: yo sostengo [A) objetivismo o realismo agatológico] que lo bueno y malo son propiedades objetivas o reales de las cosas, es decir, que hay cosas valorables y deseables en sí mismas (no sólo como medio, o de forma relativa a algo que ya no pueda calificarse de objetivamente bueno), y [B) racionalismo o intelectualismo moral] que esto sólo puede dirimirse racionalmente, por lo que un ser racional debe (en sentido lógico o teorético) reconocerlas como tal, si aplica correctamente la capacidad racional, es decir, que debe reconocer valores objetivos y considerarlos, en consecuencia, intrínsecamente deseables o queribles.

- Una posición alternativa (que yo creo que era la subyacente a los que defendéis una posición “relativista”) sostiene [A) no-objetivismo o relativismo agatológico] que lo bueno y malo no es una propiedad objetiva o real de las cosas, sino que es una cualidad “subjetiva” que los humanos (por ejemplo) atribuimos a las cosas, y que depende de nuestra naturaleza biológica concreta y, [B) sentimentalismo o “emotivismo” moral] que a nivel psicológico, depende de nuestra emotividad, al menos en los valores últimos, por lo que no es racionalizable determinar qué es intrínsecamente bueno.

Evidentemente, en cada una de estas tesis se mezclan diferentes tesis que no tienen por qué ir unidas. Así, por ejemplo, un objetivismo agatológico, que crea que existen bienes objetivos, puede ir unido a un sentimentalismo, es decir, que crea que sólo las emociones pueden determinar qué es objetivamente bueno; y un relativismo agatológico puede no ir unido a un emotivismo (porque, por ejemplo, que sostenga que las emociones son tan irreales como los valores, meros epifenómenos, o lo que sea).

Por tanto, se podría aislar al menos las siguientes cuestiones:

a) La cuestión ontológica: ¿existen valores o bondades? ¿Son los valores propiedades reales u objetivas de las cosas? Esto implica varias cuestiones específicas, como si la realidad es natural, o mental o mezcla de ambas cosas; si lo natural (o lo mental) es de un tipo u otro. Porque, por ejemplo, un naturalismo no tiene por qué ir unido a la tesis reduccionista de que lo que realmente existe es lo que determine la mecánica, sino que existen, realmente, animales, sociedades, etc, con sus propias cualidades ontológicamente irreducibles a mecánica. O, el mentalismo o subjetivismo, puede ser también reduccionista (si defiende, por ejemplo, que las actividades “superiores” como la razón o la volición son reducibles a actividades más básicas).

b) La cuestión epistemológica. ¿cómo conocemos? ¿qué criterios hay para determinar la verdad? Será prácticamente imposible tratar la cuestión ontológica sin implicar a la cuestión epistemológica, aunque no son la misma, obviamente. Un materialista puede ser racionalista epistemológico, y un mentalista puede ser empirista (como lo fue Berkeley).

c) La cuestión psicológica, o mejor, psicológico-trascendental, que se plantea qué relación hay entre las diferentes facultades mentales o psíquicas (Sensiblidad, Emotividad, Voluntad, Conocimiento...). Esta cuestión, por cierto, no es propia de la psicología “científica” o empírica, tal como no lo es la epistemología. La epistemología nos dice cómo debemos pensar. Al menos en principio, un reduccionismo ontológico no tiene por qué conllevar un reduccionismo epistemológico, ni éste un reduccionismo psicológico. El análisis psicológico-trascendental es una especie de lógica de la psíquica, como la epistemología lo es de la ciencia. Por supuesto, esto es “al menos en principio”, porque podría ser que fuera inconsistente defender algo en epistemología con otro algo en ontología, por ejemplo.

Estas son las cuestiones que yo propondría. Reconozco que ya la propuesta de determinadas cuestiones puede condicionar la discusión, así que espero tus propuestas alternativas o las de cualquier otro que esté interesado en participar.





1. Creo que podemos comenzar el debate por la cuestión epistemológica:

¿cómo conocemos? ¿qué criterios hay para determinar la verdad?

Lo que digamos del mundo es algo que está en nuestro conocimiento. Debemos tratar, por lo tanto qué es conocer, cómo conocemos, qué es la verdad y qué criterios tenemos para determinarla.