lunes, 15 de febrero de 2010

El pensamiento y sus ataduras

8. Nada parece tan libre como el pensamiento, que se mueve sin otro límite que la imaginación hasta escapar con frecuencia de la propia voluntad, pero nada ha tenido y quizá tiene tantas ataduras y tan fuertes. Probablemente muchos creen que nuestras actuales sociedades democráticas con los derechos que garantizan son naturales, inevitables y perdurables, que existen sin que haya costado esfuerzo llegar a ellas y sin que sea necesario tampoco esforzarse para mantenerlas porque de alguna manera van a durar sin que hagamos nada y sin que nadie pueda acabar con ellas. Sin embargo, un sencillo examen de la historia basta para llevarnos a la conclusión contraria pues durante la mayor parte del tiempo en la mayor parte de la humanidad el pensamiento y la acción han estado sometidos a toda clase de restricciones y los cortos periodos en que han podido desenvolverse sin trabas han terminado sofocados por tiranías mucho más duraderas. El motivo de esto parece obvio: hay ataduras y límites porque hay otras personas con sus ideas, necesidades e intereses, del mismo modo que no hay una libertad absoluta que no se vea restringida o defendida por un colectivo humano y que no dependa de quién tiene el poder.

Todas las personas valoran sus sentidos y facultades de manera que aprecian ver bien y lamentan perder la vista, aprecian tener memoria y agudeza y rapidez de pensamiento y lamentan los olvidos, la torpeza y la lentitud para razonar. Así que perciben como un defecto el no haber conocido algo o haberlo conocido mal, dando por supuesto que estaban en su buen estado natural y que debían haber tenido una percepción o razonamiento correctos. Por lo tanto, hacer notar a alguien que se equivoca suele ser recibido como si se le señalara un defecto en su persona, no en un proceso en el que lo importante es la verdad y no el prestigio. Por eso la afirmación le parece una agresión o algo que le desacredita y va más probablemente a cuestionar a quien le responde que la validez de su propia opinión. Y si es difícil que alguien admita un error, lo es mucho más que lo admita una mayoría de individuos que opinan lo mismo y que se dan la razón unos a otros, e incomparablemente más si esa mayoría tiene el poder de hacer callar al crítico.

Pero no es sólo cosa de orgullo de uno o de muchos sino del papel que una idea o un tipo de ideología pueden tener en la existencia de una sociedad. La racionalidad de los seres humanos consiste en relacionar los hechos conocidos en un modelo de antecedentes y de consecuencias unidos unos a otras en forma de regularidades. Por lo tanto, la estructura de la sociedad suele comprenderse por un modelo, como conectada a determinados hechos reales o ficticios a través de regularidades conocidas o meramente creídas como verdaderas. De este modo, se cree que la sociedad es de un modo tal que resulta el mejor que se ha podido conseguir según las ideas que la explican y justifican y, obviamente, que eso depende de la realidad de los hechos tomados como antecedentes, como explicación y justificación de la estructura social. Los individuos y grupos que se sientan suficientemente beneficiados de esa estructura social tenderán a verlo todo en peligro si se pone en duda algo de la estructura ideológica que sostienen y se sentirán tan agredidos e insultados como en el caso anterior. Por motivos como ésos, las sociedades que han buscado su explicación, justificación y apoyo en ideologías religiosas, han visto que los que ponían en duda la existencia de los dioses ponían en peligro la estructura o el buen funcionamiento de la sociedad, al menos desde el punto de vista de su situación e intereses y así tenemos casos como los de Diágoras y Anaxágoras más los de todos los que pudieron ser acusados de impiedad. Como se ve, el fenómeno no se limita a la Inquisición católica o a los apedreamientos que practican los judíos o musulmanes, sino que muchas sociedades han creído necesario eliminar las críticas de los ateos o a los ateos mismos.


9. Además, la creencia de que hay seres de tipo similar a los humanos pero más poderosos y que ejercen sobre los objetos acciones similares a las de los humanos, pero más poderosas, cuenta de partida a su favor con una apariencia verosímil. Por una parte, los seres humanos observamos una distinción fundamental en los cambios de nuestro alrededor: hay un agente de tipo personal que inicia la acción y un objeto, una cosa pasiva que la recibe; por otra parte, la idea que tenemos de nosotros mismos y el conjunto de nuestras experiencias nos hacen difícil o imposible asociar a simple vista vida con cuerpo y muerte con extinción total. Son muchos los motivos aparentes. En primer lugar, el recuerdo y el nombre parecen implicar una presencia actual cada vez que algo se piensa o se nombra, aunque de hecho no lo veamos. Sería una especie de "estancia en otro lugar" de la persona fallecida -o cosa, pues podemos interpretar los ritos de enterramiento de los antiguos como si colocaran en las tumbas cosas que pasaban a otra vida- similar a la de las cosas que recordamos y nombramos cuando no están presentes. En segundo lugar, el sueño y las alucinaciones debidas al uso de drogas hacen creer en la posible disociación entre cuerpo y mente ya que uno se contempló haciendo cosas mientras sabe que su cuerpo estuvo dormido.

Es posible que ese conjunto de ideas o parte de ellas indujeran a creer en una forma de vida no visible pero que se relacionaba con la realidad visible, vida a la que pasaban los antepasados muertos y en la que estaban los dioses, desde siempre o a través de una evolución de culto a los antepasados muertos. También es posible que esas simples creencias generaran sus propias consecuencias pues si un ser sobrenatural puede interactuar con lo natural y se trata de un ser personal, es posible un tipo de relación entre seres humanos y seres sobrenaturales, con todas sus circunstancias y todos sus condicionantes. Un ser humano puede favorecer o dañar físicamente y uno sobrenatural podrá hacerlo a su propio nivel influyendo sobre enfermedades, guerras o cosechas, por ejemplo. También es posible enemistarse y congraciarse con una persona, y eso tendrá consecuencias, por lo que se puede imaginar que también será posible hacerlo con los seres sobrenaturales. Así pudieron aparecer o evolucionar los ritos para invocar a los dioses y ganar su favor para la salud, la cosecha o la guerra. Al menos, los ritos parecen una traducción al nivel sobrenatural de las relaciones con seres poderosos: se les dedican alabanzas y regalos, se les pide que causen bienes o que impidan desgracias, que se vuelvan favorables o que moderen su ira por alguna ofensa que se les haya causado.

Y si no sólo la salud o el bienestar individual depende de los seres sobrenaturales sino también los de la sociedad, la relación con ellos pasa a ser una religión con función social. Es cierto que las religiones nunca se limitan a ser creencias y prácticas personales que no esperan ni exigen nada de los demás individuos sino que siempre incluyen algo que se espera o se exige que los demás hagan. No es sólo la relación del creyente con el dios lo que tiene consecuencias para el creyente sino que éste piensa que las relaciones de otra persona con el dios también pueden influir sobre un tercero. Así, fulano ofendió al dios y el dios daña a todas las vacas de la tribu, o la castiga con la guerra y no sólo limita su ira contra fulano. Por otra parte, el creyente puede creer que su especial afinidad con el dios le facilita su vida contra fulano y se la hace difícil a éste.

De esta forma es como las ideologías acerca de la existencia de seres sobrenaturales llegan a ser religiones tan intervencionistas a un nivel social como implicadas estén en la explicación y justificación de la sociedad. Y, por lo tanto, las religiones se convierten en reglas de comportamiento social para las que un crítico o un ateo es un transgresor. O bien, las reglas de comportamiento social se elevan a un nivel de máximo respeto al ser vinculadas a un dios o dioses del modo como las Furias perseguían al asesino o el Decálogo contiene el "No matarás", quedando así el ateo como alguien que pretende no sujetarse al pacto social o que espera quedar impune si comete un crimen. Por ejemplo, para los más débiles de muchas sociedades primitivas -o actuales que siguen el mismo modelo- la última esperanza de defensa y justicia puede ser la que viene de un ser sobrenatural. Nada puede garantizar la seguridad sino un ser extremadamente justo y poderoso y al cual es posible conmover con oraciones (1).


10. El desarrollo libre del pensamiento sólo es posible cuando se rompe el control de la ideología mayoritaria y cuando una idea es examinada por su valor y no por un prejuicio acerca de sus conexiones con la estructura social. El progreso de la Física moderna con el principio de inercia chocaba con la escolástica y su omne quod movetur ab alio movetur, que era usado para demostrar la existencia de Dios. Por lo tanto, enunciar el principio de inercia se podía ver como un desafío a la teología, a la existencia de Dios y, en consecuencia, al orden social vigente basado en la religión. O bien, la aceptación de sólo la experiencia como fuente de conocimientos chocaba con la idea de que la fe es una fuente superior a cualquier experiencia sensible particular. Algo similar ha sucedido con el control del materialismo dialéctico soviético sobre las ciencias, siempre sometidas a la inspección política de su ortodoxia.

Pero cuando no existe un control ideológico, las ideas que no se adecúan a la experiencia o que resultan ajenas a ella son abandonadas o rechazadas pues todos creemos intuitivamente sólo lo que conocemos como una verdad, como algo que nos da información acerca del mundo y no acerca de lo que creemos o prejuzgamos. El fenómeno es similar a como identificamos una figura aislándola del fondo, un objeto de su entorno, el yo del no-yo y en general, la información de los datos irrelevantes.




El discurso del método

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Nota 1:

Por esta vía se pudo llegar a religiones institucionalizadas socialmente y, alrededor del Mediterráneo, a la identificación entre las religiones de salvación y la estructura del Estado. Es necesario observar que judaísmo, cristianismo e islamismo son poco más que tres variantes de la misma idea aunque adaptadas a las especificidades culturales judías, greco-romanas y árabes. Su Yahweh-Dios-Allah es el mismo y único Dios en el que todos creen y sus profetas Abraham-Ibrahim, Moshe-Moisés-Musa son los mismos profetas explicando la misma religión de sumisión a Dios, a sus mandatos y su juicio final con el premio en el paraíso ultraterreno y el castigo en el infierno. La historia del judaísmo es más difícil por su antigüedad y la falta de datos, pero es obvio que cristianismo e islam tuvieron un papel de ideología social desde el momento en que sus fieles consiguieron el poder. Ambos, como presumiblemente el judaísmo cuando consolida su forma actualmente conocida, ordenan la vida personal y social pues su ley regula la vida social. La ley divina del Decálogo se divide en unos primeros mandatos de amor y obediencia a Dios y los segundos de ordenación social con el respeto y cuidado a los padres, el respeto a la vida y propiedad ajenas, la defensa contra la mentira, contra la invasión de la intimidad familiar. El caso de la ley islámica es aún más claro pues ordena la totalidad de la vida social desde el momento en que el Corán recoge normas detalladas como dadas por Dios.

Los regímenes políticos cristianos e islámicos tuvieron como fundamento y estructura la religión, por lo que los debates teológicos y los filosóficos que coincidieran con temas de teología afectaban a la estructura social y al papel de sus defensores. No muy diferentemente a como los regímenes marxistas obligaban a incluir citas de Marx o de Lenin en los libros de ciencias y a como el materialismo dialéctico no es cosa de reuniones de filósofos sino de organización y fidelidad políticas. Por lo tanto ya no se trataba de que alguien como Diágoras fuera mirado con suspicacia por quienes compartían navegación con él sino que el poder y la misión del emperador, el rey y el califa corrían en los dos sentidos teológico-político y político-teológico. El dirigente recibía su poder de Dios para ordenar la sociedad a Dios y la consecuencia era que el desafío a Dios era un desafío al dirigente; y lo mismo en sentido inverso.

Ésa fue la situación en los países cristianos a lo largo de muchos siglos hasta que el desarrollo social y las crisis ligadas a guerras de religión obligaron a desvincular religión y política rompiendo la manera férrea como habían estado unidas, y a admitir la tolerancia religiosa y filosófica por el bien de la estabilidad social. Los países islámicos apenas han superado un estado análogo al de las primeras diferencias entre ortodoxia y heterodoxia, no ha habido nada comparable a la Reforma y a la separación entre religión y política y ambas siguen sólidamente unidas, en especial en algunos países.


Sólo cuando Europa alcanza cierta estabilidad y progresa la economía, se desarrollan los grupos de comerciantes y artesanos de villas y ciudades y los nobles se acercan a la cultura en sus momentos de paz. Y es en ese proceso cuando la sociedad deja de ser sólo un estado orientado a la guerra y mantenido en su forma por ella, y consolidado por la religión bajo la dirección de la nobleza y la jerarquía de la Iglesia, y se segmenta en grupos cuyos diferentes intereses los enfrentan unos a otros y los predisponen a identificarse con ideologías propias, antagonistas de las de los grupos con los que se enfrentan. Parece evidente que las ideas pueden aparecer en personas preocupadas por temas muy variados, no necesariamente por la realidad social que las rodean. Muchas de tales ideas son debates dentro de un ámbito ideológico, respuestas de unos filósofos a otros; otras son simples ocurrencias basadas en las experiencias y circunstancias personales de quienes las forjan y pocas están dirigidas a comprender la realidad con conciencia de los sesgos que incorporan. Así, lo decisivo no es tanto su origen ni su validez sino cómo llegan a ser compartidas por un conjunto numeroso y cómo influyen en la estructura y la acción de ese grupo en su relación con otros.

El requisito para que una idea sea parte de la ideología de un grupo: la forma como sus integrantes ven la realidad y se ven a ellos mismos, es que refuerce su existencia como individuos de determinado papel social y, si acaso, como grupo consistente de sus condiciones e intereses, que los haga consolidarse o progresar. Nadie cree algo que le perjudica a medio y largo plazo, y si llega a creerlo, los resultados hacen que la idea desaparezca al desaparecer quienes la sostienen. No obstante, la decadencia de una clase social o de una ideología puede durar mucho tiempo y entrecruzarse con otros procesos del mismo tipo. Así, mientras la versión ortodoxa de la religión consolidaba el estado monárquico y dirigido por los nobles, los reyes y nobles estaban interesados en consolidar esa versión de la religión y convencidos de su verdad, además de su utilidad. Por el contrario, los grupos que se sentían desfavorecidos preferirían una versión que les ayudara en sus aspiraciones y tenderían a extenderla y a fortalecerla. Basta ver cómo las heterodoxias han estado asociadas a grupos en conflicto con los que sostenían la ideología dominante pues ni ésta sería bien acogida entre los contestatarios ni les ayudaría en sus proyectos.

Las disputas teológicas o filosóficas no juegan, por tanto, un papel intelectual desligado del ambiente social, ni este ambiente queda igual tras la aparición de una idea renovadora, pues las interacciones se producen en los dos sentidos. De hecho las controversias intelectuales se asocian fácilmente a conflictos sociales porque los grupos enfrentados toman las diferentes posturas como bandera o porque la adopción de una postura o de otra expresa los frentes del conflicto en términos doctrinales. En la historia de las heterodoxias cristianas en Europa, las que criticaban la riqueza y el poder de la Iglesia eran bien recibidas en quienes resultaban perjudicados en su pobreza o marginalidad del sistema vigente y, del mismo modo, las que desafiaban la ortodoxia sostenida por un grupo dirigente eran acogidas entre quienes estaban enfrentados a ese grupo. De esta forma, toda controversia intelectual quedaba prisionera de la lucha social que la tomaba como símbolo y durante siglos fue muy difícil disentir de una opinión sin verse involucrado en los conflictos implícitos.


La ortodoxia -sometida a su evolución interna pero enfrentada de modo consciente a los desafíos externos- consiguió mantener el poder luchando contra las heterodoxias hasta la Reforma protestante y es en las circunstancias de las luchas entre las confesiones y sus promotores y defensores en las que se llega a una situación en que en algunas zonas ninguna puede alcanzar el poder absoluto y eliminar a las demás, o en que las guerras son terriblemente destructivas. La única solución acaba siendo la tolerancia y es en los límites entre los distintos bloques ideológicos en los que los intelectuales renovadores se pueden mover sin el temor a ser condenados a muerte como herejes. Sólo a partir de esa situación las críticas filosóficas escapan al control total de las instituciones religiosas y pueden revisar el aristotelismo y la historia bíblica sin peligro propio.

Una vez abierta la oportunidad, las nuevas ideas se desarrollan en un ámbito libre y contribuyen a liberarlo aún más desafiando y desestabilizando las bases intelectuales del poder que reprimía su aparición y desarrollo. Unos autores leen a otros y la crítica al escolasticismo comienza en todos los frentes.


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