martes, 16 de febrero de 2010

Ser o no ser. Ésa es la cuestión. 1

11. Todo lo que podemos pensar o decir del conocimiento presupone que podemos conocer y que tenemos algún conocimiento, sea esto lo que sea, pues pensar sobre lo pensado o expresado es un conocimiento que no podemos negar que tenemos. Parece evidente que nuestro conocimiento consiste en registrar desigualdades. Si no registramos que aquí hay una pared y allí no, que esto es una silla y aquello no, si el conjunto parece un todo indiferenciado e indiferenciable, no hay conocimiento ni podemos decir que hay cosas ni que hay algo o nada. Conocemos cuando podemos saber que esto es mi silla y esto otro mi desayuno, cuando mis sentidos registran diferentemente cada cosa en una imagen con partes diferenciadas, y podemos expresarlo si podemos construir cadenas o superposiciones de elementos diferenciables que puedan llevar asociada información, es decir, algo tan simple como que si diferencio el rojo del rosa, puedo decir "rojo" y "rosa"; y "rosa pálido" o usar la codificación hexadecimal de colores, que permite distinguir tantos como puede por su estructura matemática.

Pues bien, la ciencia, la adquisición de conocimiento, consiste esencialmente en eso y en nada más: en cómo puedo saber si un nuevo antibiótico acaba con cepas resistentes y no lo contrario; cómo puedo saber si las microondas son nocivas para la salud mediante un estudio epidemiológico o experimentos de laboratorio. La ciencia consiste en asumir que el mundo no es homogéneo y que hay una o varias estructuras de cosas y sucesos, pero otras no. Y en aplicar un método que distinga cuándo se da una situación o la contraria, al igual que somos capaces de decir que hay una silla y no un perchero o que no vamos a sentarnos en medio del aire sino en las sillas.

Sin estos requisitos, aplicables de la misma manera a cualquier objeto de estudio, a si esto es mi desayuno, a si un antibiótico es eficaz, a si Alejandro el Grande murió de enfermedad o de excesos o envenenado, o a si un imputado debe ser condenado conforme a las pruebas aportadas, lo que sea que se intente: la vida corriente, hacer medicina, historia o derecho, no será conocimiento. Será literatura, política, diversión, pero no puede ser conocimiento.


12. Aristóteles, por ejemplo, dice al comienzo de la Metafísica que preferimos la vista por encima de los demás sentidos porque muestra muchas diferencias. Y esta capacidad de mostrar más diferencias es lo que hace que el olfato de un perro, el oído del murciélago o lo que permita orientarse a las palomas sean superiores a los nuestros, pues muestran una mayor cantidad de información para encontrar algo a partir de hechos que resultan indetectables para nosotros. Un perro, por ejemplo, puede distinguir una ligera huella olfativa dejada por una persona o una cosa y tal que a nosotros nos resulta imperceptible. En general, un sentido puede distinguir la presencia de un elemento con la cualidad de producir una impresión sensorial de manera que podemos inferir un segundo suceso o tipo de suceso identificable a partir de un primer suceso identificable.

Sabemos que un daltónico no diferencia entre los colores verde y rojo, o que nosotros no identificamos como color la radiación ultravioleta. Imaginemos que una persona asegura que ve el color ultravioleta o que un daltónico nos cuestiona que vemos el rojo y el verde. Podemos tener una prueba de sucesos que son estrictamente subjetivos correlacionando las clasificaciones de unos objetos por el supuesto color en varias rondas de clasificación. Ofrecemos al daltónico que rotule por el dorso unas cuantas tarjetas que afirmamos que son rojas y verdes y que él no distingue por el color. Del mismo modo, pedimos al que afirma que ve el ultravioleta que encuentre objetos idénticos para nosotros pero que él diferencia por el color ultravioleta. Así, vamos señalando roja o verde y el experimentador daltónico las rotula "roja" o "verde" por un lado. En una segunda ronda y sucesivas, nos ofrece las tarjetas de tal manera que sólo él ve el rótulo y nosotros hemos de diferenciarlas por el color de manera que las afirmaciones "roja"(p) del sujeto de prueba deben correlacionarse con las rotulaciones de "roja"(e) del experimentador.

El daltónico puede ofrecer las mismas tarjetas de colores y ya rotuladas a un segundo sujeto de prueba y sucesivos para que las clasifiquen por el color. Y las clasificaciones coincidirán. De esa manera puede comprobar que es posible diferenciar el rojo del vede de manera subjetiva e intersubjetiva y que, por tanto, es tan real la existencia del color en las tarjetas como lo sea la marca de rotulación. O puede detectar si una persona no los detecta como daltónico porque no habrá correlación entre cualquier clasificación del sujeto experimental y la clasificación hecha por los no daltónicos y de la que tiene la marca en la rotulación.

Todos los casos de registro de desigualdades son idénticos en esencia y los podemos reducir a experimentos como el anterior. Así, sabemos que un perro detecta los olores porque podemos ocultarle la comida en lugares que conocemos, pero en los que no hay posibilidad de que la vea, y el perro la encuentra. O que encuentra una persona por el rastro oloroso que deja por donde pasa. Y podemos saber que hay un suceso físico porque podemos correlacionar nuestras sensaciones de color, con los resultados de un detector de longitud de onda de la luz. La objetividad, o independencia del sujeto experimentador y dependencia sólo del objeto de prueba, se constata si podemos controlar como experimentadores una serie de sucesos y marcarlos físicamente y, a continuación, tratar de detectarlos por una segunda prueba distinta e independiente a priori de la primera. La objetividad se da si el experimentador puede correlacionar las dos pruebas. De esa manera sabemos que vemos la silla y la diferenciamos del desayuno, porque tratamos de sentarnos en la silla que vemos y la encontramos al tacto, o porque el desayuno resulta serlo y no se trata del teléfono sino que nos lo comemos.

De un modo similar podemos ponernos a nosotros mismos a prueba, que es lo que en realidad sucede de manera espontánea a cada momento. Sabemos que podemos demostrar a un sujeto experimentador que diferenciamos el rojo del verde porque primero es evidente para nosotros. La diferencia subjetiva entre los dos colores sólo podemos afirmarla a una segunda persona con un experimento que le resulte controlable, pero creemos que los colores tienen una existencia objetiva porque experimentamos a diario con nosotros mismos clasificando, por ejemplo, los calcetines por colores en un cajón. Si creemos que los hemos clasificado por colores y tenemos la certeza de que nadie los ha cambiado podemos constatar que los seguimos diferenciando por colores tal como quedaron y que no aparecen desclasificados al azar; o que si hemos dejado unos rojos encima de unos verdes no aparecen los verdes encima de los rojos sino que conservan la clasificación que hicimos.


13. Comprobamos así de manera subjetiva que hay un conjunto de sensaciones diferentes y que podemos comprobar que son correlativas a otras sensaciones y que se conservan en el tiempo, excepto por un proceso de cambio que también podemos y debemos probar como objetivo. Podemos convencernos así de que podemos distinguir los calcetines de las corbatas y que si constatamos una diferencia o una similitud, permanecen a falta de un proceso en que cambien de manera objetiva. Ver una corbata consiste, en principio, en poder percibirla como distinguible de cualquier otra cosa o, lo que es lo mismo, como poder inferir que vamos a encontrar distintas sensaciones en un orden predecible a lo largo del tiempo y de modo invariante a alguna clase de transformaciones. Podemos decir lo mismo -aunque se trate de un salto en la argumentación y que nos lleva hasta el lenguaje- de reconocer una frase oral o escrita como

"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero,"


y diferenciarla de

"Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,"


Percibimos las frases como distinguibles en sus partes y en su totalidad de otras, distinguibles a su vez. Y las percibimos como idénticas cuando las leemos una segunda vez en el mismo lugar o citadas en lugares distintos. Así, ver la corbata e identificarla consiste en prever que los colores y las texturas se sucederán en un orden previsible y predecible y que podemos darla vueltas sin que se altere ese orden; o que podemos anudarla de manera que no se sale del cuello de manera espontánea. Y al conjunto de regularidades o invarianzas o a las transformaciones posibles e imposibles las incluimos en un modelo en que decimos que hay una entidad en cuanto se mantienen las regularidades, y con unas cualidades atribuibles en cuanto que podemos predecir determinados hechos.

Nuestro conocimiento de las cosas consiste en esa posibilidad de inferir con éxito una serie de sensaciones diferenciables y constatables de modo objetivo, demostrable por experimentos como el que he señalado arriba. Conocer una corbata sólo es poder inferir que algo se comportará como el modelo ideal de corbata que tenemos una vez que tenemos un conocimiento parcial. Es decir, que conservará sus propiedades de un objeto alargado, sólido y de colores y texturas localizables en cada uno de sus puntos. Por el contrario, imaginemos un experimento con alguien que pretende poder ver gnomos invisibles o saber que estos le predicen el futuro. Se trata de ver si supera los mismos requisitos de objetividad que para decir que algo es una corbata y que tiene tales colores en tales disposiciones. Y se trata de hacerlo con el mismo tipo de diseño experimental, de pruebas de control y de inferencias.

Por un lado, las descripciones deben ser coherentes y es improbable que en un conjunto de relatos inventados lo sean a lo largo del tiempo porque depende de que se recuerde la relación de los datos con exactitud. Pero, por otro, lo más difícil es que pueda predecir algún suceso de manera significativa.


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