miércoles, 10 de febrero de 2010

¿Por qué la filosofía?

1. Nuestros sentidos y nuestra mente parecen funcionar como detectores de cambios, de diferencias entre estados percibidos, pasado un cierto umbral proporcional a lo percibido (1). Ponemos mucha atención en una variación o un cambio extensos, rápidos o intensos, pero es menos probable que seamos conscientes de los cambios pequeños o lentos o que pongamos la misma atención en lo que permanece constante.

No tomamos en cuenta importantes realidades como el oxígeno del aire, la presión atmosférica o la fuerza de gravedad y sólo notamos que son necesarias cuando faltan pues no atendemos a lo que permanece o no lo notamos en absoluto, y actuamos sólo en función de lo que varía porque entre ello está lo que buscamos como un bien o lo que tratamos de evitar como un mal, suponiendo implícitamente o de modo instintivo que el resto es algo constante y garantizado. Parece obvio que nuestra supervivencia es el primer criterio de todo comportamiento adaptativo y de su evolución, y que el interés por cosas que no ocasionan ni un mal ni un bien es algo ocioso. Atendemos a las necesidades y peligros, pero no parece vital la contemplación de las montañas o la investigación del movimiento de los planetas. Así, se pone menos atención en lo previsible, tanta menos cuanto más previsible sea, para atender principalmente a lo cambiante.

Sin embargo, no se trata de un error acerca de la importancia que se atribuye a lo constante o lo previsible sino de enfocar la atención que, en caso contrario, se pondría en ello sobre lo que debe ser atendido con urgencia. Y lo urgente suele ser un detalle concreto, lo que varía en nuestras cercanías, y no lo universal y lo regular.


2. Nuestra actividad está llena de patrones de conducta, de hábitos y de comportamientos instintivos. Respiramos, tratamos de mantener el equilibrio, nos protegemos de lo que nos causa dolor, y lo hacemos sin ninguna reflexión ni decisión. Y hacemos muchas otras cosas que ni siquiera sabemos que existen hasta que nos examinamos en detalle, como abrir o cerrar la pupila, o transpirar. Todo eso, que no sólo no depende de nuestra decisión sino que nos resulta imposible impedirlo, nos relaciona con una realidad regular diferente de nuestra consciencia, en cuanto que ésta queda delimitada por nuestras decisiones, y nos demuestra la importancia de esa relación con lo que nos puede causar un bien o un mal, como ocurre de ordinario. Por lo tanto, el conocimiento, la parte consciente de nuestra relación con una realidad exterior al yo, se demuestra tan importante e indispensable como lo es buscar medios necesarios para nuestra vida y tratar de escapar de lo que nos puede causar un mal. Y se demuestra, en la misma medida, en su esencia y en su funcionalidad como la capacidad de detectar patrones en las cosas y los hechos y de crear patrones de conducta adaptados a usar esas regularidades. No tiene sentido una capacidad de anticiparse a los hechos si no hay alguna regularidad en ellos y sólo la existencia de esa capacidad permite adaptarse a las regularidades en lo real.

Sólo un filósofo satisfecho y sentado en su sillón puede concebir y mantener una actitud solipsista. La mayoría de la humanidad en el presente y, aún más, en épocas pasada ha debido buscar sin descanso la forma de sobrevivir encontrando y produciendo alimento y combatiendo toda clase de adversidades y peligros o huyendo de ellos, y es obvio que no ha podido imaginar que su conocimiento de la realidad sea una mera ilusión. Y en el conocimiento, el más urgente es acerca de lo que varía, de lo que puede sorprendernos, y la importancia de encontrar en ello alguna regularidad consiste en que podamos olvidarnos de ella, darla por supuesta, como al aire que respiramos, para centrarnos en anticipar lo que deseamos tener o evitar. El conocimiento de lo concreto, de lo detallado, de lo variable, ocupa la necesidad y el interés humanos de tal manera que lo general, lo abstracto y lo regular pasan al fondo del que no hay que preocuparse salvo en raras ocasiones. Así, una vez reconocido un patrón de los sucesos, éste sirve como base para ocuparse con mayor seguridad de lo que puede sorprender.

El ser humano asume consciente o inconscientemente un enorme conjunto de regularidades y sólo vive en tensión por lo menos previsible. El cazador asume que el ciervo es comestible y que el lobo es peligroso, y presta su mayor atención a descubrir a tiempo a uno y a otro. El recolector y el cultivador asumen las estaciones y sus frutos pero ponen su mayor atención en el cuidado de sus territorios frente a todo tipo de riesgos de sequía, de plaga o de robo. En general, la regularidad se conoce pero se confía en ella tanto como para no pensar en cada momento en su existencia y función, mientras que lo desconocido atrae o provoca temor. Y el temor es mayor cuanto menos se pueda llegar a conocer del exterior, como en la oscuridad de un sitio desconocido para el ser humano, predominantemente visual y habituado a lo que puede prever. Lo mismo sucede en los animales, que muestran alarma y comportamiento de exploración en un entorno desconocido para ellos.

Por lo tanto, el primer rasgo del conocimiento es explorar lo desconocido con sensación de alarma mientras no se lo puede reducir a un patrón previsible, y encontrar la tranquilidad de lo habitual una vez que se conoce cada sitio, cada detalle, cada patrón de sucesos. El que predomine la curiosidad o el miedo puede depender de cómo cada individuo se hace cargo de su ansiedad o de cómo haya encontrado que lo desconocido es manipulable, explorable. Los animales de corta edad muestran comportamientos de exploración y juego, pero lo hacen en un entorno que podemos presumir controlado por sus progenitores o familiares. En ocasiones parece que reaccionan con alarma, con inquietud a algo inesperado, pero pronto vuelven a lo que para ellos es probablemente un juego con el que disfrutan, si nos vale esa analogía con nosotros. Los adultos también suelen disfrutar con la novedad, con la exploración, y los deportes, la caza, los juegos, revelan cómo el adulto, que tiene sus necesidades satisfechas de otras maneras, busca situaciones de exploración, de novedad con peligro controlado, como parte de su vida y sus alegrías.


3. Todo conocimiento muestra así unos límites entre lo controlado como regular y previsible y lo que queda más allá, y un comportamiento de exploración hacia lo que está fuera de los límites: conocimiento de lo regular y búsqueda de lo novedoso hasta reducirlo a regularidad. Es importante que, aunque el proceso de conocimiento es algo asumido como regular, no forma parte de lo que se explora sino de lo que se presume como constante y fiable, y no es interesante en sí mismo para quien no sea un filosofo. Lo es sólo en cuanto asumido como regularidad y en cuanto pueda no ser exacto y deparar alguna sorpresa. Cualquier persona intenta cerciorarse de lo que no conoce y tanto más cuanto más importante sea aquello de lo que se trate. No es una preocupación consciente por la metodología de la verificación o del papel de la experiencia, pero si una persona que camina pisa un agujero en el suelo, actúa después con mayor atención ante la posibilidad de que haya más agujeros. Y un cazador en peligro ante animales salvajes o cualquiera que teme por su vida. Todos ellos se convierten en experimentadores instintivos, imaginan hipótesis sobre qué puede suceder y las ponen a prueba tratando de verificar si sucede de una u otra manera, y más cuanto más importante sea por el riesgo o el beneficio.

Y no sólo se ocupan entonces de conocer los hechos sino del modo como los conocen, sobre todo cuando parece inseguro. En general creerán el testimonio de una persona salvo que tengan algún motivo para pensar que puede mentir, y tratarán de contrastarlo con el testimonio de otras. O dejarán de creer en su vista o su oído si les lleva a errores. Así, por ejemplo, todo el que ve cómo un bastón medio sumergido en el agua parece doblarse sin que se pueda tocar la rotura [ver img »]Efecto de la refracción , o el que cree ver que la luz se refleja en el agua y encuentra que se trata de una superficie caliente en los espejismos (2) empieza a dudar de la veracidad de sus sentidos [ver img »]Espejismo en una carretera del desierto de Mauritania.

Por el contrario, los movimientos de Marte o la reproducción de los abetos pueden pasar sin que sea necesario dedicarles mucho tiempo y esfuerzo, pues lo primero es vivir, verdad literal en esas épocas en las que el trabajo para alimentarse y conseguir vestido y vivienda ocupaban gran parte de la existencia. Los medios de vida no estaban garantizados y la malas cazas o cosechas, los desastres naturales, las enfermedades o las guerras podían convertir los saberes prácticos en la única urgencia, dejando poco tiempo y recursos para ir más allá, hacia lo general o abstracto. Sin embargo, no parece que ningún grupo humano haya ignorado o dejado aparte un conjunto más o menos extenso de actividades no urgentes como ritos culturales, fiestas o arte y podemos constatar un patrón de creencias y comportamientos que abarca la totalidad de las necesidades e intereses de los seres humanos de todas las culturas, tanto hace miles de años como ahora, en una intrincada selva o en nuestras ciudades.

Y vemos formas de enterramiento, de decoración, cantos, bailes, ritos, técnicas, creencias y religiones porque todo lo que rodea al ser humano, de lo más concreto a lo más general, es objeto de interés y de cultura para él. La diferencia entre culturas, entre los distintos saberes y formas del saber, está en el alcance y la profundidad de la investigación y el modo en que ésta llega a reflexionar sobre todo, incluida la investigación en sí misma. No sólo importa conocer de modo práctico que los vegetales dan fruto cada año o que hay que sembrarlos y cosecharlos en épocas determinadas, o que los animales y los seres humanos nacen, crecen y mueren, que se desarrollan o enferman, sino también si hay un patrón regular en ello, e importa conocer la forma de llegar con seguridad a este conocimiento. Parece obvio que ya a los cazadores recolectores o a los cultivadores y ganaderos primitivos les interesaba el ciclo anual de la Naturaleza y que veían relaciones entre las épocas de fruto o de migración y nacimiento de los animales o entre las de siembra y cosecha y la duración del día, la altura del Sol o la posición de los astros. Por una parte necesitaban o encontraban conveniente conocer las épocas del año y otros aspectos de la Naturaleza, pero, por otra, la sensación de encontrarse en un Universo y un mundo como ámbitos conocidos, el mero disfrute contemplativo y participativo de la realidad, les tranquilizaba y daba un sentido a su vida, como nos sucede a nosotros. Sin embargo, esa mera sensación de confianza en una regularidad invita a no hacer más, a no tratar de investigar aún más allá acerca de lo desconocido, de lo que se escapa de patrón asumido como real y de lo que lo explica. Y, si bien la atención necesita dirigirse a lo variable, como decía al principio, la mera satisfacción de la curiosidad por un conocimiento práctico implica dejar de prestar atención a lo que pueda no ajustarse a ese patrón y esto contradice la naturaleza y función del conocimiento.

Tenemos, por lo tanto, el principio de toda filosofía en la manera en que conocemos: necesitamos prestar atención a lo imprevisto frente a lo regular, y esto es así sólo porque podemos conocer distintos sucesos regulares; tenemos una sensación de urgencia para prepararnos a lo cambiante, pero satisfacer esa sensación con unas cuantas reglas prácticas no pone fin a la curiosidad ya que siempre hay algo que podemos preguntarnos más allá de lo que creemos conocer en cada momento; y el poner un limite arbitrario que impida buscar nuevas explicaciones contradice la mera posibilidad de atender a lo cambiante. Negarse a atender a lo no explicado equivale a tener ojos y cerrarlos voluntariamente, no a carecer de ojos o de visión o a que no exista nada más que sea visible. Por tanto, la actividad de conocimiento surge del contraste entre lo sabido y lo desconocido y nada, absolutamente nada, puede ponerle fin. A esta actividad la llamaremos Filosofía. Nada puede detenerla excepto el fin de la vida humana. Y nunca el negarla. (3)






El discurso del método






Nota 1:

Por ejemplo, la llamada Ley de Weber-Fechner, en especial para la percepción logarítmica de los intervalos musicales.

Ley de Weber-Fechner

(Subir 1)


Nota 2:

Espejismo

Mirage

(Subir 2)


Nota 3:

Los motivos para llamar Filosofía a la actividad de conocimiento son, en parte históricos, pero muy fundamentalmente están basados en su sentido más propio: amor, deseo por el saber. Un deseo práctico, como saber tal cosa o tal otra tiene una finalidad concreta, pero para cada finalidad concreta hay una expresión concreta de una actividad -y una actitud- general. El deseo de saber es lo que impulsa a ir más allá de lo sabido, o lo creído, y si las ciencias son conocimientos aplicados a temas definidos, delimitados por algunas características, a la actividad genérica podremos llamarla ciencia, filosofía o cualquier otro nombre de nuestra elección, pero diremos lo que ya queda entendido como Filosofía.

Sin embargo, también son motivos históricos y de formas de entender el conocimiento los que han hecho parecer que hay algo ajeno a las ciencias y que es la Filosofía, y en contraste, a negar que pueda haber algo llamado Filosofía aparte de las ciencias. Se ve claro que no hay necesidad ni de tratarlas como distintas ni de rechazar lo que quede más allá de la ciencia en esa distinción, pues tal distinción no es posible. La Física y la Química son ciencias ambas porque comparten un método capaz de descubrir nuevas verdades, pero se distinguen en los diferentes objetos de su estudio. La Alquimia trata, en principio, del mismo objeto de estudio que la Química, pero no es una ciencia porque su método no es científico. Pero podemos preguntarnos qué método es el que hace ciencias a la Física o la Química frente a la Alquimia, y ese estudio no se dirige a un problema físico o químico, sino a la metodología general de las ciencias: a lo que permite conocer la verdad y a lo que permite disolver las paradojas que creamos al aplicar erróneamente el método de la ciencia. La Filosofía consiste en esa clase de preguntas y en lo que permite darles respuesta.

Por otra parte tenemos todo lo que pertenece a la vida social. No sólo es importante para nosotros el entorno físico en que estamos y con el que nos relacionamos. Es mucho más importante porque importa a nuestra naturaleza y a nuestra supervivencia todo lo que nos hace seres sociales que nos adaptamos al entorno físico a través, en buena parte, de la cultura y la sociedad. Si sacamos agua de un pozo con un recipiente atado a una cuerda, no estamos sacando agua como individuos sino como parte de una sociedad en la que se diseñaron los pozos, los recipientes y las cuerdas, y que incluye a personas que las fabrican para nosotros a cambio de otros bienes y servicios. Adaptarnos al mundo consiste, por lo tanto, en hacerlo adecuadamente a través de estructuras sociales y culturales e importa mucho saber cómo hacerlo.

A lo largo de la historia, los seres humanos han tenido muchos fracasos y algunos éxitos en ese proceso y el efecto cultural acumulativo de esos éxitos es lo que nos ha convertido en lo que somos. Y hay un factor común en todos esos éxitos, que es el mismo que hace posible el conocimiento ya que hace posible, en este caso, el conocimiento de qué hace que una sociedad sea funcional: la racionalidad, la apuesta por buscar algo que está más allá de nuestros gustos, conocimientos o deseos, la apuesta por llegar a un punto común válido para todo ser humano y con respecto al cual no hay privilegiados.


(Subir 3)

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