Antonio Gallego Raus
SERES EMOCIONALES POR NATURALEZA
Sin lugar a dudas, el ser humano es una criatura emocional. Sin emociones, nuestro juicio y conducta se vería afectado severamente. Esto ha sido estudiado por eminentes neurólogos, como Antonio Damasio. Si, de repente, perdiéramos el miedo al ir conduciendo, nuestras probabilidades de morir accidentados aumentarían terriblemente. Sin las emociones adecuadas, los sujetos se enfrascan en largas e inútiles disquisiciones antes de tomar una sencilla decisión cotidiana, si es que la toman. Les ocurre que cada opción les da igual, viéndose en la necesidad de hallar algún motivo racional para decidirse por algo en concreto. Pero no lo hallan, porque ese “motivo” tampoco les “motiva“. Cualquier decisión trivial se convierte en una larga y agotadora letanía de inútiles consideraciones y circunloquios. Recuerde el lector estas palabras.
Valga este pequeño apunte para que quede claro que, a mi juicio, no es posible comprender la inteligencia humana como algo ajeno a la emoción.
1.1. La ética, desde cualquier punto de vista, concierne a las decisiones que toma cada ser humano acerca de otros seres humanos y de sí mismo en relación al bien y al mal. Por no extenderme aquí, diré sólo que entenderé "bien" y "mal" respectivamente como aquello que de forma objetiva se identifica con la existencia y actividad propia del ser humano, o con su destrucción; o de forma subjetiva, con la percepción y representación que éste tiene de sí mismo y de sus deseos, o con lo que se le opone.
Pero toda decisión presupone una elección, es decir, un proceso en el que el resultado de la acción depende del conocimiento y preferencias de quien elige y no meramente de las circunstancias exteriores.
1.2. Por lo tanto, si hay decisión y elección debe haber un criterio que evalúe los datos que el ser humano tiene de lo que le afecta y que asigne a cada posible opción un valor mayor o menor de acuerdo con los resultados previstos, de manera que se opte por las de mayor valor. En realidad, la decisión humana no tiene por qué diferenciarse en lo esencial de los programas de inteligencia artificial de una máquina que juegue al ajedrez, salvo que el ser humano tiene una representación subjetiva de lo que conoce y de lo que prefiere.
Así, tomar una decisión implica que se prefiere algo a otra u otras cosas: caminar a quedarse sentado, el té al café, firmar la paz a ir a la guerra. Y debe haber una representación subjetiva de la preferencia como hay una representación subjetiva de los datos acerca de la realidad: sabemos que hay un pozo profundo por la vista y tememos caer, lesionarnos o morir.
1.3. Pero no sólo debe existir esa posibilidad de preferencia sino que en la evolución ha debido existir como instinto antes de que un cerebro complejo permitiera prever las consecuencias gracias a muchos datos, experiencias pasadas y aprendizaje de comportamientos. El dolor del fuego nos hace retirar la mano mucho antes de que decidamos si es preferible vivir o morir y lo hizo con nuestros antepasados animales cuando sentían el fuego y desconocían la existencia de la muerte.
Como comenta, alguien incapacitado para escoger no puede actuar tanto si no tiene datos como si las consecuencias le resultan indiferentes. Una persona incapaz de sentir el dolor (diversas enfermedades producen insensibilidad) se expone a lesiones graves al no evitar la fuente del daño; otra, incapaz de ver con claridad qué le conviene puede tomar decisiones que le perjudiquen.
1.4. Si la vida humana está limitada por sus necesidades y sus peligros, será necesario tomar decisiones sobre qué llevará a la vida o a la muerte, a la abundancia o a la privación, a la felicidad o a la infelicidad, a la satisfacción o a la insatisfacción. Estos bienes y males serán la consecuencia, en una situación determinada, de la elección, del conocimiento de la realidad y de los criterios de preferencia. Y si unas opciones no son vistas como preferibles en vista de los bienes y evitación de los males, las consecuencias serán en muchas ocasiones los males, pues la probabilidad de un orden adecuado para la vida es siempre menor que la del desorden que la destruye.
INSTINTO DE CONSERVACIÓN.
LA LEY DE LA IGUALDAD Y LA LEY LA RECIPROCIDAD.
Los seres humanos tenemos un sentido innato para reaccionar indignados contra lo que creemos injusto, especialmente cuando las víctimas somos nosotros mismos. Es un instinto. Pero cuidado, el hecho de que reaccionemos indignados ante las injusticias no significa, en absoluto, que sean las emociones las que juzgan. Ni mucho menos: es la inteligencia quien juzga, quien compara, como no podía ser de otra manera. Contamos con pruebas suficientes como para poder sostener, más allá de toda duda razonable, que reaccionamos airadamente contra la injusticia de manera natural; es decir, cuando alguien viola la igualdad interpersonal por egoísmo, sadismo u otro motivo espurio o malintencionado. (Advierto, desde ya, que no voy a entrar en el juego relativista consistente en tener que justificar y definir cada término, pues ello nos abocaría a una sistemática tergiversación y vacuidad semántica; es decir, enrarecimiento del significado de las cosas de este mundo. Lo digo porque no me voy a molestar en definir qué entiendo por malintencionado o espurio. El relativista adopta la postura oportunista de pretender que no sabe qué significan las palabras, aduciendo que su significado es relativo a cada persona o grupo cultural. Pues no: Todo humano inteligente sabe -detalles aparte- qué significa malintencionado.) .
2.1. Hablar de un "sentido innato para lo justo o injusto" me parece inexacto. Existe, cómo no, un sentido innato para el daño propio, un sentido innato para interpretar que lo que hace daño a otro es un peligro potencial para uno mismo o una tercera persona y un sentido innato altruista que hace percibir el daño a determinados congéneres como un tipo de daño propio, incluso mayor que el daño propio efectivo. Pero interpretar que algo puede ser dañino -lo cual es un conocimiento- no equivale a una norma de comportamiento ni a un criterio de decisión. De hecho, el ladrón sabe que, si no amenaza con un daño a su víctima de manera que ésta prefiera sacrificar sus bienes a su vida o su integridad física, sus probabilidades de éxito en el delito son pequeñas. El ladrón sabe que robar produce un daño en los bienes, y que un tiro de pistola puede ser visto como un daño mayor. Por eso lleva pistola y amenaza con ella. Pero saber todo eso no le impide robar sino que le sirve para hacerlo de la manera más eficaz para sus intereses.
2.2. Pero un sentido innato que interprete todo daño como un daño propio es no sólo improbable sino imposible desde un punto de vista evolutivo. La idea de justicia o un instinto equivalente, más allá de saber que la víctima puede responder, implica la evolución del altruismo individual a partir del egoísmo de los genes, pero implica también una diferencia entre un "yo" individual y un "nosotros" que es un "yo" genético extendido, y un resto del Universo. Si la injusticia fuese siempre vista como un mal, ni el pastor se comería la oveja ni el árbol haría sombra a los matorrales dejándoles sin luz e impidendo que crezcan.
2.3. No podemos humanizar la Naturaleza hasta el punto de desfigurar su conocimiento. Reconozco que podemos ver la injusticia, casi con la misma facilidad con que el predador prevé que la presa se revolverá y tratará de hacer daño. Pero no creo que fuera del círculo de un "nosotros" de intereses comunes la injusticia sea un criterio de decisión para evitar sacar un provecho de ella. ¿Existen predadores? ¿Existen asesinos, ladrones y mentirosos? Pues como queríamos demostrar.
2.4. Ahora bien, resulta interesante discutir si un individuo o un conjunto de individuos se pueden desligar del resto del universo. ¿Puede el ser humano desinteresarse de los demás seres humanos sin esperar algún tipo de daño propio? ¿Puede acaso desinteresarse de la Naturaleza?
Empecemos por el principio. Todo nuestro organismo está biológicamente diseñado para la autoconservación, y para la conservación de nuestros parientes genéticos más allegados. Es lo que hemos llamado siempre “instinto de conservación o supervivencia”. La sensación de hambre me hace buscar comida; si hace mucho calor, busco la sombra; si hace frío, el refugio; si algo físico me produce dolor, huyo de él… Si no fuese así, no llegaríamos muy lejos en esta vida. Ese mismo instinto de conservación está detrás de las agresiones a nuestros semejantes. Deseo el alimento que tú has cazado, y, si puedo, te lo robo. Tu presencia me impide conquistar a aquella mujer, de modo que te intento lesionar o matar. Si tú faltases, heredaría toda la hacienda, por tanto, ideo tu muerte. Etc. Sí, pero hay una pega: el otro, normalmente, no siempre se quedará de brazos cruzados. Nuestro cerebro también cuenta con una “teoría de la mente” que nos permite adivinar o intuir las intenciones del otro. Parece ser que los autistas carecen de esa teoría, de modo que se hacen un lío con los posesivos “mi”, “tu”, “su”… Quizá no se sepan poner en el lugar del otro, con las dramáticas consecuencias que ello genera en un mundo repleto de relaciones sociales.
3.1. Creo que sólo es posible dar un sentido determinado a "bueno" y "malo" en términos de autoconservación y autoafirmación, aunque discutirlo es tema para otro lugar. Esto suena "feo" en la medida en que suena egoísta y agresivo, pero sólo quien no conoce cómo la evolución ha dado lugar a los cuidados de los padres a los hijos, a los rituales de cortejo y a la socialización, puede creer que el darwinismo social equivale a una bestia con las fauces llenas de sangre y no a los tiernos cuidados de una madre a su retoño o al sacrificio de un amigo por sus amigos.
3.2. Pero ya ha aparecido claro en su exposición que el instinto de autoconservación puede suponer la agresión a otros, o la negligencia en casos menos crueles. El sentido innato de la injusticia debería redefinir sus límites, dejando dentro el cuidado de uno mismo y de sus "más allegados", es decir, sus propios genes, y fuera lo demás. Y esos círculos, siempre con centro en los genes propios, adquirirán un diámetro mayor o menor de acuerdo con las circunstancias. Por ejemplo, algunas aves ponen un número de huevos mayor que el de polluelos que podrían alimentar en una mala época. Así, si la temporada es buena y el alimento suficiente, sacan adelante más polluelos. Pero si es mala, los pollos más jóvenes morirán porque los padres les negarán el alimento o porque el resto de pollos competirán por él hasta la muerte. Y, en cualquier caso, unos padres compiten con otros para alimentarse ellos y sus hijos, aun dejando sin alimento a otros padres e hijos, salvo cuando se crea una sociedad de genes o intereses comunes.
3.3. Bueno y malo es, por lo tanto, relativo al centro del circulo de autosupervivencia si sobrevivir debe ser una elección frente a morir y que sobrevivan otros.
3.4. Sin embargo, la agresión no sólo tiene beneficios sino que tiene un coste, como cualquier otra actividad, y es la relación coste beneficio la que determina la agresión o la pacificación, o la colaboración. Sé que esto suena terrible, pero hemos de recordar que en la Naturaleza no hay un legislador benévolo como les gustará a los creyentes en las divinidades o en fantasías similares. Hay una realidad en la que unos sobreviven y otros se quedan en el camino. Cuando interpretamos la Naturaleza desde el punto de vista de la sociabilidad olvidamos que ésta es el resultado de aquélla y que debemos explicar la sociabilidad como resultado de las fuerzas de la Naturaleza y no al contrario. La sociabilidad existe porque es favorable para la supervivencia, lo cual debería alegrarnos, pero en cuanto resultado, no puede estar ni en las causas reales ni en los principios de la explicación de un fenómeno.
3.5. El animal que pelea puede eliminar a un rival, pero puede resultar dañado, de modo que las luchas no son a muerte, incluso desde el punto de vista de un interés egoísta. Y la vida en sociedad, junto a otros congéneres más o menos emparentados, también implica agresiones y colaboraciones, sinceridad y mentira. Todo ello debe ser explicado desde el punto de vista de la supervivencia, de los costes y beneficios y de las estrategias que los minimicen y maximicen, respectivamente.
3.6. Por último, conviene recordar que en toda población hay una variabilidad, y hay mutaciones. Sin estas dos cosas sería imposible la evolución. En consecuencia, hay que esperar que no todos los individuos respondan a un mismo patrón ni físico ni de comportamiento y que unos resulten mejor adaptados que otros. Incluso que algunos resulten autodestructivos tanto desde el punto de vista individual como del genético-social. No podemos creer en ideales sino en estrategias de supervivencia evolutivamente estables, con casos más o menos frecuentes de estrategias autodestructivas.
No sólo podemos deducir o prevenir un ataque, sino que, si éste se ha producido después de todo y no es definitivo, es muy posible que tratemos de vengarnos.
La cuestión es que si yo agredo de algún modo al otro, éste, por lo común, me devolverá la agresión, salvo que esté muerto, claro. Y, aun así, tendré que contar con la probable sed de venganza de sus seres queridos. Es la ley de la reciprocidad, férrea y universal. Cuando se obra con mala intención, la víctima puede saberlo y devolver el golpe.
La ley de la reciprocidad puede observarse continuamente en todo el mundo y en personas de todas las edades. Hace unos días pude presenciar una escena curiosa en su final, mientras compraba en un centro comercial: una niña de tres o cuatro años cogió su abrigo, lo giró en el aire y proyectó un extremo contra su amiga, otra pequeña de esa misma edad. Le dio en la cara, aunque sin mala intención, o eso diría yo. Entonces, la niña que recibió el pequeño golpe, hizo lo mismo: dio impulso a su abrigo y le sacudió a la otra, con tan mala suerte de que la hebilla impactó en la sien. Se echó a llorar. La niña que “pegó” la última se justificó diciendo:
“lo mismo que me has hecho tú”.
Quien desee documentarse sobre este aspecto no tendrá más que acudir a la guardería o a párvulos, así de sencillo. Pruebe el lector a dar diferentes recompensas a dos niños por un mismo trabajo. La indignación del que reciba menos está totalmente asegurada. Cualquier adulto (desde luego, padres) sabe el cuidado que tiene que tener para que ningún crío se ponga a protestar por celos, o por recibir menos recompensa que el compañero
4.1. Todos estos fenómenos dependen de que el ser humano vive en sociedad y sus comportamientos están adaptados a este medio social. Un niño nace incapaz de alimentarse o de moverse, pero su desarrollo en esas condiciones es fruto de una adaptación a un medio familiar y social. El niño es un resultado en su físico y en su comportamiento y no es más sorprendente un caso que el otro. Hablar del sentido innato de la injusticia hace necesario referirlo a un comportamiento adaptado a un medio social. De hecho, usted demuestra sus ideas en ese sentido en párrafos siguientes de este texto.
4.2. No hay un "bueno" o un "malo" absolutos sino un comportamiento de supervivencia en un determinado ambiente. Ni más ni menos. Podemos prever la venganza porque es una de las posibilidades en la agresión: la lucha o la huida, o el apaciguamiento. También de los congéneres, en cuanto que los comportamientos altruistas maximizan la supervivencia de los propios genes. Supongo que eso es lo que quiere decir en esencia, pero esos genes son el centro del círculo en relación al cual se entienden y se explican los comportamientos morales. Fuera queda la agresión, explicable también como instinto de supervivencia. ¿Qué sería del cazador recolector si pensase moralmente en los animales salvajes o en sus competidores? Pues que sus genes no pasarían a la siguiente generación o no habría tal generación siguiente.
4.3. Los niños modulan sus comportamientos desde que pueden hacerlo. Intentan la agresión y la amistad. Los niños también sonríen instintivamente y se acercan a otros niños o adultos. No veo la objeción al relativismo que se pueda basar en estos hechos. ¿Que es general o universal? Nada diferente a como un niño está adaptado a alimentarse de leche materna en los primeros meses y otras cosas le resultan indigestas. Claro que usted mismo, más abajo, afirmará que todo esto se debe a la naturaleza social del ser humano. ¿No es eso lo que se dice desde el relativismo?
En “La Tabla Rasa”, del gran psicólogo evolucionista Steven Pinker, se nos habla de estudios que demuestran que la edad más violenta del ser humano no es, como pudiera pensarse, la adolescencia, sino la tierna infancia. La mayor tasa de agresiones se da a la edad de dos años y pico, algo más en niños que en niñas. Quien agrede es, por lo general, agredido. No suele haber contención, precisamente. La agresión malintencionada se vive como una afrenta.
Parece que, desde niños, nos sentimos legitimados a tomar por la fuerza aquello que deseamos. Es normal, desde luego: ¿qué razones podría aducir un niño pre-lingüístico? No le queda otra que recurrir al uso de la fuerza para conseguir el juguete con que juega el otro. Aprenderá, eso sí, que donde las dan las toman. Si tú me pegas, yo te pego; si tú me haces burla, yo te hago burla; si tú me arrebatas mi juguete, yo te arrebato el tuyo… Cuando el otro nos devuelve la agresión, aprendemos que el otro no va a dejarse avasallar: se niega a que yo no lo considere su igual. Cuando yo le devuelvo la agresión, el otro aprende que yo me voy a resistir a que no me considere su igual. Es decir, nuestro sentido de la justicia es innato, y se expresa y afina desde con la experiencia en los primeros años de vida. Las relaciones que establecemos con los demás están regidas, por tanto, por dos leyes férreamente incardinadas en nuestra naturaleza; y son interdependientes:
1. La ley de la igualdad interpersonal: tú eres como yo, y yo soy como tú.
2. La ley de la reciprocidad: si tú me haces algo malo, te devolveré el golpe. Si me haces algo bueno, deberé devolverte el favor.
Nótese que la una nos lleva a la otra (se refuerzan) de manera natural: “Yo te correspondo porque me considero tu igual” y “como me respondes, aprendo que eres mi igual. Etc.”
Nadie, excepto los privilegiados por alguna circunstancia, se libra de experimentar estas dos leyes en carnes propias.
5.1. Los niños están en periodo de aprendizaje y es natural que vayan desarrollando sus potencialidades por etapas. En un primer momento, el niño es totalmente dependiente de sus padres y sólo tiene comportamientos en relación con sus padres: pedir alimento, demostrar que se siente molesto, despertar la simpatía del adulto. Pero según se va socializando debe desarrollar su cuerpo y su carácter, debe saber agredir y defenderse, debe saber atraer la simpatía, debe saber ocultar su pensamiento y mentir. Poco a poco conoce que sus acciones influyen en las acciones de otros, que pegar hace que otro huya o deje de agredir o encuentra que le da dominio sobre otros; que otros creen en sus palabras y trata de ganar confianza o, por el contrario, de mentir.
5.2. Pero no podemos decir que esto lo haga por un sentido universal de justicia o de igualdad sino por adaptación a un ambiente en que los otros son en promedio como él, unos más y otros menos: fuertes, agresivos, inteligentes, atractivos. Evidentemente afirmar la desigualdad o la igualdad necesita pruebas, pero tanto un caso como otro se demuestra por los hechos, por intentos y errores. En principio, la respuesta a la agresión es una mera cuestión de aprendizaje de la supervivencia individual. Sólo después se aprende a buscar la alianza y complicidad de otros individuos, niños o adultos. El niño ya no sólo pelea o trata de imponerse sino que trata de coaligarse con otros niños en contra de otro o para defenderse de otro. Y lo mismo con los adultos.
5.3. NO se le puede llamar a esto un sentido de la justicia sino un sentido de la supervivencia sólo o en compañía de otros. La justicia es precisamente la socialización, la coalición de intereses contra el agresor. Y no podemos ni debemos olvidar que la socialización no es sólo un asunto de agresiones sino de coaliciones, de buscar aliados, amigos, gente que se sacrifique por ti y a la que debes demostrar que estás dispuesto a sacrificarte igualmente por ella, no sólo obviamente contra otros seres humanos, sino contra el medio ambiente, contra las enfermedades, contra la debilidad de la ancianidad. Socializarse es firmar un seguro de vida, de enfermedad o de vejez pagando la prima de sostener ahora a los que lo necesitan. La sociedad es en esencia un sistema de reparto.
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